¿Salud o economía?: avanzar frente a la Pandemia de 2020.

Habitualmente los medios o los políticos simplifican respuestas para problemáticas sociales muy complejas. La contraposición de salud o economía es rotundamente errónea, incluida también en el caso de la Pandemia de 2020. Estamos ante un falso dilema. Tenemos que hablar de forma copulativa cuando hablamos de salud y economía. Precisamente, una buena economía siempre ha conllevado una mejor salud con una mayor esperanza de vida. Por eso, la salud es una variable dependiente de la variable independiente de la economía. A mayor desarrollo económico, nos hemos encontrado con una esperanza de vida mayor, y que además la calidad de vida, especialmente en términos de salubridad pública, aumentaba de forma consistente.

Las personas que responden salud de manera simple ante este falso dilema, lo hacen desde la burbuja mediática en la que han sido inmersos, y en la que han estado, cambiando radicalmente en poco tiempo de una situación a otra opuesta. Ahora predomina una sensación de miedo en general, cuyo instinto más básico es resguardarse, y de forma mayoritaria por un trauma psicosocial derivado de un ambiente en el que se minusvaloraba el peligro, se mofaban de forma despectiva de aquellos que alertaban de la amenaza, para de forma repentina magnificarlo en exceso para poder controlar a la población. Así, la respuesta primaria es seguir escondido. Ante un cambio radical tan repentino, frente al que no había preparación psicológica paulatina para enfrentarse a todas sus consecuencias, las posibilidades de trauma social aumentaron exponencialmente.

Esta pandemia ni era una filfa de alarmistas en un principio, en la que en su origen se presupone que hubo un ocultamiento deliberado al mundo en cuanto a su magnitud por parte del régimen comunista chino, ni ahora supone el fin del mundo conocido por lo que tengamos que seguir encerrados. Es cierto que estamos ante un cambio de ciclo económico-social para el mundo occidental, pero el mundo se ha enfrentado históricamente a pandemias mucho peores, ante las que contaba con muchos menos recursos e información muy limitada de su evolución.

La salud son muchas cosas, en la que también temenos que incluir la salud emocional.

Habitualmente en España la cifra de suicidios es mayor que los decesos por accidentes de tráfico. Cada dos horas y media se suicida una persona en España, diez al día: los muertos por suicidio duplican a los de accidentes de tráfico, superan en once veces a los homicidios y en ochenta a los de violencia de género, según datos recogidos en 2019 por "El Confidencial". En Madrid, uno de los epicentros de la Pandemia, el viaducto de la calle Bailén sobre la calle Segovia se equipó con protectores translúcidos y los suicidios en el suburbano son “problemas técnicos” según su megafonía, como forma de dejar el problema tras una cortina.

Con crisis como esta ese número aumenta de forma significativa para un científico social, y como ocurre de forma habitual, esos números y esos casos con nombres, apellidos y problemáticas concretas serán ocultados en los medios. Debemos tener en cuenta el fenómeno, puesto que muchos de los suicidios se producen por causas económicas, además de otras problemáticas sociales como la soledad, que se pueden ver acrecentados no solo por la dinámica de la pandemia en sí, sino por las respuestas que se han ofrecido e impuesto para la enfermedad, en la que ante la falta de información adecuada (había desinformación) y por la ausencia de preparación con una clase política aquejada de hedonismo, la respuesta fue improvisada con urgencia, de forma drástica, y con peligros derivados de esas respuestas que no se habían calibrado de la forma adecuada.

El hambre también mata de muchas maneras, y hay personas y colectivos que sufrirán especialmente las consecuencias de haber acabado con su forma de ganarse la vida. Ningún Estado podrá responder para recuperar el nivel de prosperidad y libertad, si la economía libre no logra superar la fuerza de la embestida. También habrá muchas familias que no se podrán permitir tener los hijos que quieran, no sólo por la escasez inmediata, sino también por la nueva incertidumbre hacia el futuro generada. Esa incertidumbre es aún mayor, porque se había generado una sensación de inmunidad social ante todo, casi como si la sociedad actual ya fuese invulnerable, que se ha roto de forma tajante. Mientras que las pandemias y las enfermedades infecciosas se trataban y planificaban con respuestas políticas como la configuración geográfica y social de las ciudades (alcantarillados, barreras, localización de los cementerios, configuración de espacios,…), ahora ni siquiera nuestros medios de transporte colectivo estaban preparados para esto, ni tenían un plan específico. Organizaciones internacionales como la Mundial de la Salud han demostrado una utilidad muy limitada mientras consumían ingentes recursos financieros. La clase política se había dedicado a declarar sucesivas emergencias como la climática, que hasta ahora se han demostrado ser menos urgentes que la pandemia de 2020. De esta manera, dentro de un tiempo mucha gente se dará cuenta de que este confinamiento drástico en España, como en ningún otro país del mundo, insalubre física y emocionalmente, va a tener un coste ahora increíblemente elevado, que no será tan fácil de tratar, como lo ha sido encarcelar a las personas en sus casas de la noche a la mañana, incluso de una forma legal claramente cuestionable según nuestro marco constitucional.

Hasta hace poco hubiéramos dicho que contar los muertos de la pandemia en España sería fácil a nivel estadístico, ocultando los dramas de miles de familias, y eso es lo que ha copado una mayoría de titulares. Sin embargo, ya hemos visto que hay inexactitud de las de las cifras siendo laxos en nuestra valoración, con muchos fallecidos que no están en las estadísticas oficiales, y para los científicos sociales será muy difícil llegar a un acuerdo de los decesos por las consecuencias posteriores derivadas del cambio de ciclo ocurrido por culpa de esta pandemia y de la respuesta política improvisada y tardía.

La vida sigue. Sigue sin mucha buena gente que hemos perdido, que se merecía otra y mejor respuesta frente a la pandemia. Sigue más triste porque se ha ido mucha gente muy rápido, historias de vida que son mucho más que cifras y estadísticas diarias, y siempre nos quedará la duda de todo lo que se podría haber hecho antes para evitar sus pérdidas. Lo hará ya sin esa invulnerabilidad impostada, y no se puede parar porque nadie es inmortal: todas las otras necesidades siguen presentes aunque se hayan pretendido dejar de lado, y por ello se harán más acuciantes. La contracción económica, social y de nuestras conexiones mundiales tendrá una factura elevada en nuestra libertad, en nuestro desarrollo y en nuestra forma de vida. El viejo mundo tal y como lo conocíamos ya no está, y lo hemos perdido para una generación, por lo que se hace imperioso luchar por recuperar la máxima prosperidad del mundo libre, porque la economía también es salud.